«Ungido por el Espíritu Santo, pasó por este mundo haciendo el bien», esto dice Pedro de Jesús en la casa de Cornelio; y esta breve sentencia define de manera sintética, pero muy profunda la vida de Jesús.
«Ungido» significa «cristo» en griego, «mesías» en hebreo.
Y así, lleno y movido por el Espíritu Santo, nos dice el evangelio de hoy, Jesús volvió a Galilea y el sábado entró en la sinagoga de su pueblo, Nazaret. Delante de todos desenrolló la profecía de Isaías: «El Espíritu de Dios está sobre mí porque me ha ungido y me ha enviado a proclamar la buena noticia a los pobres». Y después de devolver el rollo a su ayudante se quedó ante la mirada expectante de todos, dispuesto a hablar: » hoy se cumplen estas palabras que acabáis de escuchar «.
Esta es la verdad que celebramos hoy que Jesús es el mesías esperado durante tantos siglos. Él ha venido a recibir y a entregar el fuego del Espíritu.
Él hace que la Palabra de Dios sea viva y eficaz, nos trasforme y nos queme en el corazón. Y nosotros ahora, bautizados y ungidos somos también ahora enviados a proclamar esta palabra.
Este es nuestro «hoy». Hoy proclamamos que hemos recibido con ese mismo Espíritu, esta misma autoridad y poder que provienen de Dios, pero no se nos ha dado para que lo guardemos escondido sino para lanzarnos a la misión.
La proclamación de Jesús en la sinagoga no es por tanto solo un anuncio de su misión, sino también una llamada a cada uno de nosotros a ser portadores de esa buena nueva en nuestro entorno.
La alegría que se menciona en Nehemías se convierte en un eco de la esperanza que trae el mensaje de Jesús, invitándonos a ser testigos de su amor y sanación en un mundo que a menudo se siente cautivo y quebrantado.
Este domingo, la Iglesia nos recuerda que la Palabra de Dios es viva y eficaz, y que cada uno de nosotros está llamado a ser un testigo de su amor y misericordia. La invitación es a abrir nuestros corazones a la transformación que la Palabra puede traer y a vivir en comunidad, apoyándonos mutuamente en nuestra misión compartida.