Antes era flor, ahora soy raíz

Se nos propone hoy la parábola del sembrador. Mucho antes de los ejemplos que pone el Señor y su explicación pormenorizada, mucho antes aparece el Señor mirando la naturaleza con toda esa energía de belleza que no sabemos de dónde nace. De repente piedras, y verbenas, y allí hay trigo, y luego tierra, mucha tierra. Pararse a contemplar la naturaleza es un deber humano si queremos seguir llevando el apellido que nos pone por encima de las piedras. Los padres del desierto decían siempre que había que saber mirar a la naturaleza, para desentrañar de ella el logos (el sentido divino, la razón de su existencia); saber mirar también la Escritura (para descubrir el espíritu que anida en ella); y sabernos mirar a nosotros mismos, para ver la presencia escondida de Dios en nuestras entrañas. Todo eso se llama contemplación, y el Señor era de naturaleza contemplativa, indisolublemente ligada a su condición humana.

La semilla que cayó en buena tierra y dio grano, mucho grano, no lo hizo en un día. A veces le pedimos a Dios que las cosas cambien tan rápido que no sabemos que estamos hablando con el autor de una creación lenta. La Trinidad son tres personas lentas que tardan una eternidad en amarse. Es una definición que me ha salido así, como de repente, pero creo que es feliz, porque si le pedimos a Dios urgencias salimos malparados. ¿No decía aquello Santa Teresa?, ?se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas?. Porque nuestras plegarias se refieren siempre a la prisa. Hoy me ha dicho un hombre de cuarenta años que le pida a Dios que le haga el milagro de cambiar su vida. Caramba, me he quedado pensando un buen rato: este hombre me pide ir en contra de lo humano, ¿cómo se lo voy a insinuar siquiera al Señor?, ¿y qué le digo al que me hace la súplica?, ¿que se ponga a mirar a los robles para que vea el tiempo que se toman para crecer? Las cosas que cambian de un día para otro son cosas de magia, se llaman metamorfosis, y no sirven, porque se convierten en una cosa diferente.

Acabo de ver una breve exposición en el periódico, qué horror, ver una exposición en la prensa y no en vivo, pero es lo que hay, a propósito de la obra de un fotógrafo español recientemente fallecido. El artista tardaba meses en hacer una sola fotografía, porque se quedaba todos esos meses compartiendo vida con sus retratados. Los escuchaba, comía con ellos, se reía con ellos, por eso sus fotos son una porción de realidad, porque allí aparece una relación que precede a la obra.

En cambio, una chica muy joven me ha contado que ha conocido a un chico con quien está saliendo. Dice que es muy feliz con él. ¿Y cuánto tiempo lleváis?, le pregunto ingenuo. Tras días, me dice. Anda, mi cara de sorpresa es mayúscula pero lucho para que ella no advierta mi confusión. Además, está pendiente de mí todo el rato, me dice que me abrigue, que hace mucho frío, que tenga cuidado a primera hora de la mañana porque se pone a helar? Vuelvo a preguntarle, ¿y cómo es él?, no lo sé, ¿que no sabes cómo es?, pues no, es que aún no lo conozco. El asunto es que lleva tres días en una relación virtual. Quiere en tres días hacer lo que un matrimonio realiza toda su vida. Una prisa que no es en absoluto humana. Qué belleza los versos de aquel poeta húngaro que murió en Auschwitz, ?antes era flor/ ahora soy raíz?. Es decir, antes me gustaba mostrar mi belleza rápidamente, todo hacia fuera, todo en mí era velocidad. Ahora he aprendido a cultivar una paciencia que me hace entrar en la tierra de lo real.

Y el Señor es así, más raíz que flor de un día.